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NO PARA CUALQUIERA..8


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Como todos los hombres, cree también Harry que sabe muy bien lo que es el ser humano, y, sin embargo, no lo sabe en absoluto, aun cuando lo sospecha con alguna frecuencia en sueños y en otros estados de conciencia difíciles de comprobar. ¡Si no olvidara estas sospechas! ¡Si al menos se las asimilara en todo lo posible! El hombre no es de ninguna manera un producto firme y duradero (éste fue, a pesar de los presentimientos contrapuestos de sus sabios, el ideal de la Antigüedad), es más bien un ensayo y una transición; no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios lo impulsa la determinación más íntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su vida temblando de miedo. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces, entienden bajo el concepto , es siempre no más que un transitorio convencionalismo burgués. Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de civilidad y desbestialización, una pequeña porción de espíritu no sólo se permite, sino que es necesaria. El ; pero al mismo tiempo entrega la personalidad a aquel moloc y enzarza continuamente al uno contra la otra. Por eso el burgués quema hoy por hereje o cuelga por criminal a quien pasado mañana ha de levantar estatuas.

Que el no es algo creado ya, sino una exigencia del espíritu, una posibilidad lejana, tan deseada como temida, y que el camino que a él conduce sólo se va recorriendo a pequeños trocitos y bajo terribles tormentos y éxtasis, precisamente por aquellas raras individualidades a las que hoy se prepara el patíbulo y mañana el monumento; esta sospecha vive también en el lobo estepario. Pero lo que él dentro de sí llama , no es, en gran parte, otra cosa más que precisamente aquel mediocre del convencionalismo burgués. El camino al verdadero hombre, el camino a los inmortales, no deja Harry de adivinarlo perfectamente y lo recorre también aquí y allá con timidez muy poco a poco, pagando esto con graves tormentos, con aislamiento doloroso. Pero afirmar y aspirar a aquella suprema exigencia, a aquella encarnación pura y buscada por el espíritu, caminar la única senda estrecha hacia la inmortalidad, eso lo teme él en lo más profundo de su alma. Se da perfecta cuenta: ello conduce a tormentos aún mayores, a la proscripción, al renunciamiento de todo, quizás al cadalso; y aunque al final de este camino sonríe seductora la inmortalidad, no está dispuesto a sufrir todos estos sufrimientos, a morir todas estas muertes. Aun teniendo más conciencia del fin de la encarnación que los burgueses, cierra, sin embargo, los ojos y no quiere saber que el apego desesperado al yo, el desesperado no querer morir, es el camino más seguro para la muerte eterna, en tanto que sabe morir, rasgar el velo del arcano, ir buscando eternamente mutaciones al yo, conduce a la inmortalidad. Cuando adora a sus favoritos entre los inmortales, por ejemplo a Mozart, no lo mira en último término nunca sino con ojos de burgués, y tiende a explicarse doctoralmente la perfección de Mozart sólo por sus altas dotes de músico, en lugar de por la grandeza de su abnegación, paciencia en el sufrimiento e independencia frente a los ideales de la burguesía, por su resignación para con aquel extremo aislamiento, parecido al del huerto de Getsemani, que en torno del que sufre y del que está en trance de reencarnación enrarece toda la atmósfera burguesa hasta convertirla en helado éter cósmico.

Pero, en fin, nuestro lobo estepario ha descubierto dentro de sí, al menos, la duplicidad fáustica; ha logrado hallar que a la unidad de su cuerpo no le es inherente una unidad espiritual, sino que, en el mejor de los casos, sólo se encuentra en camino, con una larga peregrinación por delante, hacia el ideal de esta armonía. Quisiera o vencer dentro de sí al lobo y vivir enteramente como hombre o, por el contrario, renunciar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida uniforme, sin desgarramientos. Probablemente no ha observado nunca con atención a un lobo auténtico; hubiese visto entonces quizá que tampoco los animales tienen un alma unitaria, que también en ellos, detrás de la bella y austera forma del cuerpo, viven una multiplicidad de afanes y de estados; que también el lobo tiene abismos en su interior, que también el lobo sufre. No, con la <¡Vuelta a la naturaleza!> va siempre el hombre por un falso camino, lleno de penalidades y sin esperanzas. Harry no puede volver a convertirse enteramente en lobo, y silo pudiera, vería que tampoco el lobo es a su vez nada sencillo y originario, sino algo ya muy complicado y complejo. También el lobo tiene dos y más de dos almas dentro de su pecho de lobo, y quien desea ser un lobo incurre en el mismo olvido que el hombre de aquella canción:

<¡Feliz quien volviera a ser niño!> El hombre simpático, pero sentimental, que canta la canción del niño dichoso, quisiera volver también a la naturaleza, a la inocencia, a los principios, y ha olvidado por completo que los niños no son felices en absoluto, que son capaces de muchos conflictos, de muchas desarmonías, de todos los sufrimientos.

Hacia atrás no conduce, en suma, ninguna senda, ni hacia el lobo ni hacia el niño. En el principio de las cosas no hay sencillez ni inocencia; todo lo creado, hasta lo que parece más simple, es ya culpable, es ya complejo, ha sido arrojado al sucio torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede nunca más nadar contra corriente. El camino hacia la inocencia, hacia lo increado, hacia Dios, no va para atrás, sino hacia delante; no hacia el lobo o el niño, sino cada vez más hacia la culpa, cada vez más hondamente dentro de la encarnación humana. Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de apuro realmente; tienes que recorrer el camino más largo, más penoso y más difícil de la humana encarnación; habrás de multiplicar todavía con frecuencia tu duplicidad; tendrás que complicar aún más tu complicación. En lugar de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo, tendrás que acoger a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso algún día al fin, al descanso. Por este camino marcharon Buda y todos los grandes hombres, unos a sabiendas, otros inconscientemente, mientras la aventura les salía bien. Nacimiento significa desunión del todo, significa limitación, apartamiento de Dios, penosa reencarnación. Vuelta al todo, anulación de la dolorosa individualidad, llegar a ser Dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma que pueda volver a comprender nuevamente al todo.

No se trata aquí del hombre que conoce la escuela, la economía política ni la estadística, ni del hombre que a millones anda por la calle y que no tiene más importancia que la arena o que la espuma de los mares: da lo mismo un par de millones más o menos; son material nada más. No, nosotros hablamos aquí del hombre en sentido elevado, del término del largo camino de la encarnación humana, del hombre verdaderamente regio, de los inmortales. El genio no es tan raro como quiere antojársenos con frecuencia; claro que tampoco es tan frecuente, como se figuran las historias literarias y la historia universal y hasta los periódicos. El lobo estepario Harry, a nuestro juicio, sería genio bastante para intentar la aventura de la encarnación humana, en lugar de sacar a colación lastimeramente a cada dificultad su estúpido lobo estepario.

Que hombres de tales posibilidades salgan del paso con lobos esteparios y , es tan extraño y entristecedor como que muestren con frecuencia aquella afición cobarde a lo burgués. Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del

Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo y la , entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos.

Así hace el lobo estepario con las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de o de , ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como ! Todo lo cobarde, todo lo simio, todo lo estúpido y minúsculo, como no sea muy directamente lobuno, lo cuenta al lado del , así como atribuye al lobo todo lo fuerte y noble sólo porque aún no consiguiera dominarlo.

Nos despedimos de Harry. Lo dejamos seguir solo su camino. Si ya estuviese con los inmortales, si ya hubiera llegado allí donde su penosa marcha parece apuntar, ¡cómo miraría asombrado este ir y venir, este fiero e irresoluto zigzag de su ruta, cómo sonreiría a este lobo estepario, animándolo, censurándolo, con lástima y con com pl acenci a!

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A VER AHI.

Como todos los hombres, cree también Harry que sabe muy bien lo que es el ser humano, y, sin embargo, no lo sabe en absoluto, aun cuando lo sospecha con alguna frecuencia en sueños y en otros estados de conciencia difíciles de comprobar. ¡Si no olvidara estas sospechas! ¡Si al menos se las asimilara en todo lo posible! El hombre no es de ninguna manera un producto firme y duradero (éste fue, a pesar de los presentimientos contrapuestos de sus sabios, el ideal de la Antigüedad), es más bien un ensayo y una transición; no es otra cosa sino el puente estrecho y peligroso entre la naturaleza y el espíritu. Hacia el espíritu, hacia Dios lo impulsa la determinación más íntima; hacia la naturaleza, en retorno a la madre, lo atrae el más íntimo deseo: entre ambos poderes vacila su vida temblando de miedo. Lo que los hombres, la mayor parte de las veces, entienden bajo el concepto , es siempre no más que un transitorio convencionalismo burgués. Ciertos instintos muy rudos son rechazados y prohibidos por este convencionalismo; se pide un poco de conciencia, de civilidad y desbestialización, una pequeña porción de espíritu no sólo se permite, sino que es necesaria. El ; pero al mismo tiempo entrega la personalidad a aquel moloc y enzarza continuamente al uno contra la otra. Por eso el burgués quema hoy por hereje o cuelga por criminal a quien pasado mañana ha de levantar estatuas.

Que el no es algo creado ya, sino una exigencia del espíritu, una posibilidad lejana, tan deseada como temida, y que el camino que a él conduce sólo se va recorriendo a pequeños trocitos y bajo terribles tormentos y éxtasis, precisamente por aquellas raras individualidades a las que hoy se prepara el patíbulo y mañana el monumento; esta sospecha vive también en el lobo estepario. Pero lo que él dentro de sí llama , no es, en gran parte, otra cosa más que precisamente aquel mediocre del convencionalismo burgués. El camino al verdadero hombre, el camino a los inmortales, no deja Harry de adivinarlo perfectamente y lo recorre también aquí y allá con timidez muy poco a poco, pagando esto con graves tormentos, con aislamiento doloroso. Pero afirmar y aspirar a aquella suprema exigencia, a aquella encarnación pura y buscada por el espíritu, caminar la única senda estrecha hacia la inmortalidad, eso lo teme él en lo más profundo de su alma. Se da perfecta cuenta: ello conduce a tormentos aún mayores, a la proscripción, al renunciamiento de todo, quizás al cadalso; y aunque al final de este camino sonríe seductora la inmortalidad, no está dispuesto a sufrir todos estos sufrimientos, a morir todas estas muertes. Aun teniendo más conciencia del fin de la encarnación que los burgueses, cierra, sin embargo, los ojos y no quiere saber que el apego desesperado al yo, el desesperado no querer morir, es el camino más seguro para la muerte eterna, en tanto que sabe morir, rasgar el velo del arcano, ir buscando eternamente mutaciones al yo, conduce a la inmortalidad. Cuando adora a sus favoritos entre los inmortales, por ejemplo a Mozart, no lo mira en último término nunca sino con ojos de burgués, y tiende a explicarse doctoralmente la perfección de Mozart sólo por sus altas dotes de músico, en lugar de por la grandeza de su abnegación, paciencia en el sufrimiento e independencia frente a los ideales de la burguesía, por su resignación para con aquel extremo aislamiento, parecido al del huerto de Getsemani, que en torno del que sufre y del que está en trance de reencarnación enrarece toda la atmósfera burguesa hasta convertirla en helado éter cósmico.

Pero, en fin, nuestro lobo estepario ha descubierto dentro de sí, al menos, la duplicidad fáustica; ha logrado hallar que a la unidad de su cuerpo no le es inherente una unidad espiritual, sino que, en el mejor de los casos, sólo se encuentra en camino, con una larga peregrinación por delante, hacia el ideal de esta armonía. Quisiera o vencer dentro de sí al lobo y vivir enteramente como hombre o, por el contrario, renunciar al hombre y vivir, al menos, como lobo, una vida uniforme, sin desgarramientos. Probablemente no ha observado nunca con atención a un lobo auténtico; hubiese visto entonces quizá que tampoco los animales tienen un alma unitaria, que también en ellos, detrás de la bella y austera forma del cuerpo, viven una multiplicidad de afanes y de estados; que también el lobo tiene abismos en su interior, que también el lobo sufre. No, con la <¡Vuelta a la naturaleza!> va siempre el hombre por un falso camino, lleno de penalidades y sin esperanzas. Harry no puede volver a convertirse enteramente en lobo, y silo pudiera, vería que tampoco el lobo es a su vez nada sencillo y originario, sino algo ya muy complicado y complejo. También el lobo tiene dos y más de dos almas dentro de su pecho de lobo, y quien desea ser un lobo incurre en el mismo olvido que el hombre de aquella canción:

<¡Feliz quien volviera a ser niño!> El hombre simpático, pero sentimental, que canta la canción del niño dichoso, quisiera volver también a la naturaleza, a la inocencia, a los principios, y ha olvidado por completo que los niños no son felices en absoluto, que son capaces de muchos conflictos, de muchas desarmonías, de todos los sufrimientos.[/font][/size]

Hacia atrás no conduce, en suma, ninguna senda, ni hacia el lobo ni hacia el niño. En el principio de las cosas no hay sencillez ni inocencia; todo lo creado, hasta lo que parece más simple, es ya culpable, es ya complejo, ha sido arrojado al sucio torbellino del desarrollo y no puede ya, no puede nunca más nadar contra corriente. El camino hacia la inocencia, hacia lo increado, hacia Dios, no va para atrás, sino hacia delante; no hacia el lobo o el niño, sino cada vez más hacia la culpa, cada vez más hondamente dentro de la encarnación humana. Tampoco con el suicidio, pobre lobo estepario, se te saca de apuro realmente; tienes que recorrer el camino más largo, más penoso y más difícil de la humana encarnación; habrás de multiplicar todavía con frecuencia tu duplicidad; tendrás que complicar aún más tu complicación. En lugar de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrás que acoger cada vez más mundo, tendrás que acoger a la postre al mundo entero en tu alma dolorosamente ensanchada, para llegar acaso algún día al fin, al descanso. Por este camino marcharon Buda y todos los grandes hombres, unos a sabiendas, otros inconscientemente, mientras la aventura les salía bien. Nacimiento significa desunión del todo, significa limitación, apartamiento de Dios, penosa reencarnación. Vuelta al todo, anulación de la dolorosa individualidad, llegar a ser Dios quiere decir: haber ensanchado tanto el alma que pueda volver a comprender nuevamente al todo.

No se trata aquí del hombre que conoce la escuela, la economía política ni la estadística, ni del hombre que a millones anda por la calle y que no tiene más importancia que la arena o que la espuma de los mares: da lo mismo un par de millones más o menos; son material nada más. No, nosotros hablamos aquí del hombre en sentido elevado, del término del largo camino de la encarnación humana, del hombre verdaderamente regio, de los inmortales. El genio no es tan raro como quiere antojársenos con frecuencia; claro que tampoco es tan frecuente, como se figuran las historias literarias y la historia universal y hasta los periódicos. El lobo estepario Harry, a nuestro juicio, sería genio bastante para intentar la aventura de la encarnación humana, en lugar de sacar a colación lastimeramente a cada dificultad su estúpido lobo estepario.

Que hombres de tales posibilidades salgan del paso con lobos esteparios y , es tan extraño y entristecedor como que muestren con frecuencia aquella afición cobarde a lo burgués. Un hombre capaz de comprender a Buda, un hombre que tiene noción de los cielos y abismos de la naturaleza humana, no debería vivir en un mundo en el que dominan el common sense, la democracia y la educación burguesa. Sólo por cobardía sigue viviendo en él, y cuando sus dimensiones lo oprimen, cuando la angosta celda de burgués le resulta demasiado estrecha, entonces se lo apunta a la cuenta del

Imagínese un jardín con cien clases de árboles, con mil variedades de flores, con cien especies de frutas y otros tantos géneros de hierbas. Pues bien: si el jardinero de este jardín no conoce otra diferenciación botánica que lo y la , entonces no sabrá qué hacer con nueve décimas partes de su jardín, arrancará las flores más encantadoras, talará los árboles más nobles, o los odiará y mirará con malos ojos.

Así hace el lobo estepario con las mil flores de su alma. Lo que no cabe en las casillas de o de , ni lo mira siquiera. ¡Y qué de cosas no clasifica como ! Todo lo cobarde, todo lo simio, todo lo estúpido y minúsculo, como no sea muy directamente lobuno, lo cuenta al lado del , así como atribuye al lobo todo lo fuerte y noble sólo porque aún no consiguiera dominarlo.

Nos despedimos de Harry. Lo dejamos seguir solo su camino. Si ya estuviese con los inmortales, si ya hubiera llegado allí donde su penosa marcha parece apuntar, ¡cómo miraría asombrado este ir y venir, este fiero e irresoluto zigzag de su ruta, cómo sonreir

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