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HAGAMOS UN TRATO

Compañera

usted sabe

que puede contar

conmigo

no hasta dos

ni hasta diez

sino contar

conmigo.

Si alguna vez

advierte

que la miro a los ojos

y una veta de amor

reconoce en los míos

no alerte sus fusiles

ni piense qué delirio

a pesar de la veta

o talvez porque existe

usted puede contar

conmigo.

Si otras veces

me encuentra

huraño sin motivo

no piense qué flojera

igual puede contar

conmigo.

Pero hagamos un trato

yo quisiera contar

con usted

es tan lindo

saber que usted existe

uno se siente vivo

y cuando digo esto

quiero decir contar

aunque sea hasta dos

aunque sea hasta cinco

no para que acuda

presurosa en mi auxilio

sino para saber

a ciencia cierta

que usted sabe

que puede

contar conmigo.

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Tenía diez años y un gato

peludo, funámbulo y necio,

que me esperaba en los alambres del patio

a la vuelta del colegio.

Tenía un balcón con albahaca

y un ejército de botones

y un tren con vagones de lata

roto entre dos estaciones.

Tenía un cielo azul y un jardín de adoquines

y una historia a quemar temblándome en la piel.

Era un bello jinete

sobre mi patinete,

burlando cada esquina

como una golondrina,

sin nada que olvidar

porque ayer aprendí a volar,

perdiendo el tiempo de cara al mar.

Tenía una casa sombría,

que madre vistió de ternura,

y una almohada que hablaba y sabía

de mi ambición de ser cura.

Tenía un canario amarillo

que sólo trinaba su pena

oyendo algún viejo organillo

o mi radio de galena.

Y en julio, en Aragón, tenía un pueblecillo,

una acequia, un establo y unas ruinas al sol.

Al viento los ombligos,

volaban cuatro amigos,

picados de viruela

y huérfanos de escuela,

robando uva y maíz,

chupando caña y regaliz.

Creo que entonces yo era feliz.

Tenía cuatro sacramentos

y un ángel de la guarda amigo

y un "Paris-Hollywood" prestado y mugriento

escondido entre mis libros.

Tenía una novia morena,

que abrió a la luna mis sentidos

jugando los juegos prohibidos

a la sombra de una higuera.

Crucé por la niñez imitando a mi hermano.

Descerrajando el viento y apedreando al sol.

Mi madre crió canas

pespunteando pijamas,

mi padre se hizo viejo

sin mirarse al espejo,

y mi hermano se fue

de casa, por primera vez.

Y ¿dónde, dónde fue mi niñez? serrat.

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BOTIJA:me haces lagrimear.No soy amante de la poesia,pero alguna toca de veras......

EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido

más humillado que bello,

con el cuello perseguido

por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,

a los golpes destinado,

de una tierra descontenta

y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo

de vacas, trae a la vida

un alma color de olivo

vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza

a morir de punta a punta

levantando la corteza

de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente

la vida como una guerra

y a dar fatigosamente

en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,

y ya sabe que el sudor

es una corona grave

de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja

masculinamente serio,

se unge de lluvia y se alhaja

de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,

y a fuerza de sol, bruñido,

con una ambición de muerte

despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es

más raíz, menos criatura,

que escucha bajo sus pies

la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde

en la tierra lentamente

para que la tierra inunde

de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento

como una grandiosa espina,

y su vivir ceniciento

resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,

y devorar un mendrugo,

y declarar con los ojos

que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,

y su vida en la garganta,

y sufro viendo el barbecho

tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo

menor que un grano de avena?

¿De dónde saldrá el martillo

verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón

de los hombres jornaleros,

que antes de ser hombres son

y han sido niños yunteros.

Miguel Hernández, 1937

COMO ESTA A MI,POR LO MENOS,BESOS

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