Saltar al contenido

NO PARA CUALQUIERA..2


Recommended Posts

Ahora bien, a nuestro lobo estepario le ocurría, como a todos los seres mixtos, que, en cuanto a su sentimiento, vivía naturalmente unas veces como lobo, otras como hombre; pero que cuando era lobo, el hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando, enjuiciando y criticando, y en las épocas en que era hombre, hacía el lobo otro tanto. Por ejemplo, cuando Harry en su calidad de hombre tenía un bello pensamiento, o experimentaba una sensación noble y delicada, o ejecutaba una de las llamadas buenas acciones, entonces el lobo que llevaba dentro enseñaba los dientes, se reía y le mostraba con sangriento sarcasmo cuán ridícula le resultaba toda esta distinguida farsa a un lobo de la estepa, a un lobo que en su corazón tenía perfecta conciencia de lo que le sentaba bien, que era trotar solitario por las estepas, beber a ratos sangre o cazar una loba, y desde el punto de vista del lobo toda acción humana tenía entonces que resultar horriblemente cómica y absurda, estúpida y vana. Pero exactamente lo mismo ocurría cuando Harry se sentía lobo y obraba como tal, cuando le enseñaba los dientes a los demás, cuando respiraba odio y enemiga terribles hacia todos los hombres y sus maneras y costumbres mentidas y desnaturalizadas. Entonces era cuando se ponía en acecho en él precisamente la parte de hombre que llevaba, lo llamaba animal y bestia y le echaba a perder y le corrompía toda la satisfacción en su esencia de lobo, simple, salvaje y llena de salud.

Así estaban las cosas con el lobo estepario, y es fácil imaginarse que Harry no llevaba precisamente una vida agradable y venturosa. Pero con esto no se quiere decir que fuera desgraciado en una medida singularísima (aunque a él mismo así le pareciese, como todo hombre cree que los sufrimientos que le han tocado en suerte son los mayores del mundo). Esto no debiera decirse de ninguna persona. Quien no lleva dentro un lobo, no tiene por eso que ser feliz tampoco. Y hasta la vida más desgraciada tiene también sus horas luminosas y sus pequeñas flores de ventura entre la arena y el peñascal. Y esto ocurría también al lobo estepario. Por lo general era muy desgraciado, eso no puede negarse, y también podía hacer desgraciados a otros, especialmente si los amaba y ellos a él. Pues todos los que le tomaban cariño, no veían nunca en él más que uno de los dos lados. Algunos le querían como hombre distinguido, inteligente y original y se quedaban aterrados y defraudados cuando de pronto descubrían en él al lobo. Y esto era irremediable, pues Harry quería, como todo individuo, ser amado en su totalidad y no podía, por lo mismo, principalmente ante aquellos cuyo afecto le importaba mucho, esconder al lobo y repudiarlo. Pero también había otros que precisamente amaban en él al lobo, precisamente a lo espontáneo, salvaje, indómito, peligroso y violento, y a éstos, a su vez, les producía luego extraordinaria decepción y pena que de pronto el fiero y perverso lobo fuera además un hombre, tuviera dentro de sí afanes de bondad y de dulzura y quisiera además escuchar a Mozart, leer versos y tener ideales de humanidad. Singularmente éstos eran, por lo general, los más decepcionados e irritados, y de este modo llevaba el lobo estepario su propia duplicidad y discordia interna también a todas las existencias extrañas con las que se ponía en contacto.

Quien, sin embargo, suponga que conoce al lobo estepario y que puede imaginarse su vida deplorable y desgarrada, está, no obstante, equivocado, no sabe, ni con mucho, todo. No sabe (ya que no hay regla sin excepción y un solo pecador es en determinadas circunstancias preferido de Dios a noventa y nueve justos) que en el caso de Harry no dejaba de haber excepciones y momentos venturosos, que él podía dejar respirar, pensar y sentir alguna vez al lobo y alguna vez al hombre con libertad y sin molestarse, es más, que en momentos muy raros, hacían los dos alguna vez las paces y vivían juntos en amor y compañía, de modo que no sólo dormía el uno cuando el otro velaba, sino que ambos se fortalecían y cada uno de ellos redoblaba el valor del otro. También en la vida de este hombre parecía, como por doquiera en el mundo, que con frecuencia todo lo habitual, lo conocido, lo trivial y lo ordinario no habían de tener más objeto que lograr aquí o allí, un intervalo aunque fuera pequeñísimo, una interrupción, para hacer sitio a lo extraordinario, a lo maravilloso, a la gracia. Si estas horas breves y raras de felicidad compensaban y amortiguaban el destino siniestro del lobo estepario, de manera que la ventura y el infortunio en fin de cuentas quedaban equiparados, o si acaso todavía más, la dicha corta, pero intensa de aquellas pocas horas absorbía todo el sufrimiento y aun arrojaba un saldo favorable, ello es de nuevo una cuestión, sobre la cual la gente ociosa puede meditar a su gusto. También el lobo meditaba con frecuencia sobre ella, y éstos eran sus días más ociosos e inútiles.

A propósito de esto, aún hay que decir una cosa. Hay bastantes personas de índole parecida a como era Harry; muchos artistas principalmente pertenecen a esta especie. Estos hombres tienen todos dentro de sí dos almas, dos naturalezas; en ellos existe lo divino y lo demoníaco, la sangre materna y la paterna, la capacidad de ventura y la capacidad de sufrimiento, tan hostiles y confusos lo uno junto y dentro de lo otro, como estaban en Harry el lobo y el hombre. Y estas personas, cuya existencia es muy agitada, viven a veces en sus raros momentos de felicidad algo tan fuerte y tan indeciblemente hermoso, la espuma de la dicha momentánea salta con frecuencia tan alta y deslumbrante por encima del mar del sufrimiento, que este breve relámpago de ventura alcanza y encanta radiante a otras personas. Así se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven, les parece algo eterno y como su propio sueño de felicidad. Todos estos hombres, llámense como se quieran sus hechos y sus obras, no tienen realmente, por lo general, una verdadera vida, es decir, su vida no es ninguna esencia, no tiene forma, no son héroes o artistas o pensadores a la manera como otros son jueces, médicos, zapateros o maestros, sino que su existencia es un movimiento y un flujo y reflujo eternos y penosos, está infeliz y dolorosamente desgarrada, es terrible y no tiene sentido, si no se está dispuesto a ver dicho sentido precisamente en aquellos escasos sucesos, hechos, ideas y obras que irradian por encima del caos de una vida así. Entre los hombres de esta especie ha surgido el pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza. Pero también entre ellos es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad.

Enlace al mensaje
Compartir en otros sitios

Archivado

Este tema está archivado y cerrado para más respuestas.

×
×
  • Crear Nuevo...